(…) Empezaba la
nueva era; el rey había sido juzgado, condenado y decapitado, la República de
Libertad, Igualdad y Fraternidad o Muerte, declaró que obtendría la victoria
contra el mundo entero, alzado en armas contra ella, o moriría en su empeño.
(…)
En la capital
había un tribunal revolucionario y en la nación cuarenta y cinco mil comités
revolucionarios; una ley de Sospechosos, que hizo desaparecer toda clase de
seguridades en que descansan la libertad y la vida y que ponía a las personas
inocentes a merced de cualquier malvado; las cárceles estaban repletas de gente
que no había cometido delito alguno y que no podían hacer valer su inocencia;
todo eso llegó a ser un orden social y antes de muchas semanas pudo parecer un
uso ya muy antiguo. Y por encima de todo descollaba
una figura horrible, que llegó a ser tan familiar como si fuera cosa corriente
desde los primeros tiempos del mundo; la figura de la aguda hembra llamada La
Guillotina.
Era el tema
popular de toda clase de bromas; era el mejor remedio para el dolor de cabeza,
lo que impedía que el cabello encaneciera, y lo que daba al cutis una
delicadeza especial. Era la Navaja nacional que afeitaba excelentemente, y el
que besaba la Guillotina miraba a través del ventanillo y estornudaba dentro
del cesto. Era el signo de la regeneración de la raza humana y substituía a la
Cruz. Y muchos eran los que llevaban a guisa de dije modelitos de la
Guillotina, en el mismo lugar en que antes llevaran
la Cruz, a la que desdeñaban para creer en aquélla.
Tantas eran las
cabezas que cortaba, que tanto ella como la tierra que la sustentaba estaban
llenas de sangre. (…)
“Historia de dos ciudades” de Charles Dickens
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